
Ilustración por Martín Zalucki
Hace exactamente un año, estaba completamente arrepentida de la última gran decisión que había tomado en mi vida. Con 37 años, había decidido cambiar de trabajo y dejar uno en donde ganaba bien, me sentía acompañada por el equipo de trabajo y sobretodo, sentía que mi aporte al producto era significativo. Estaba satisfecha con lo que tenía. Pero “satisfecha”, nunca fue suficiente para mí. No importa lo que haga, dentro mío siempre tengo una vocecita que dice “¿Y qué tal si…?”
La realidad es que pese a que me sentía orgullosa del trabajo del equipo del que formaba parte, me sentía lejos de los objetivos del producto y no me identificaba para nada con la cultura de la organización. Nos daban “cariño” a los de sistemas, el mínimo indispensable, porque saben que es lo necesario si se quiere mantener un equipo en una industria donde cada año quedan miles de puestos vacantes. Pero al resto de las personas que trabajan allí, las tratan miserablemente. Eso me pesaba mucho.
Por eso, cuando surgió una oportunidad en una start up, llena de buenas intenciones, metodologías, cultura horizontal, igualdad de género, ambiciones globales y demás espejitos de colores, me entusiasmé.
De más está decir que me equivoqué.
Mirándolo en retrospectiva, en todo momento se le veían los hilos, pero por alguna razón inconsciente, elegí creer. Casi ninguna de las promesas que me hicieron se cumplieron. En lugar del salto profesional que esperaba dar, me vi otra vez remando en dulce de leche, para tratar de reeducar a la organización y orientarla en torno a una metodología de trabajo. Peleando por el producto y sus usuaries con gerentes y VPs que creían tener la fórmula del éxito y esperaban aplicarla a todo y todes sin considerar el contexto. TAN agotador. Yo quería participar de la construcción de un producto y luego, acompañarlo en su camino a mejorar, a madurar, a consolidarse. En cambio, estaba estancada tratando de conseguir apenas lo mínimo.
Renuncié. No tenía otro trabajo esperándome, ni un colchón de ahorros. Simplemente me cansé y decidí cortar por lo sano en el acto, sin plan. Vagamente pensé en buscar un trabajo tranquila, para no repetir el error de juzgar una oportunidad superficialmente. Pero a medida que iba contando a gente conocida que dejaba el trabajo, todes me decían “¿te vas a lanzar por tu cuenta?” “¿por qué no te largás freelance?” Casi todes me hacían comentarios parecidos. Claramente estaban viendo algo que yo no.
Pese a tener más de 10 años de experiencia diseñando productos digitales, no me sentía con la confianza suficiente para ponerle el cuerpo yo sola a un proyecto, salir a pedirle a alguien que confíe en mí para que le diseñe algo, sólo con mi nombre y mi portafolios siempre a medio terminar.
Pese a todo esto, decidí tirarme a la pileta.
Todos mis años de carrera los fui condimentando con trabajos freelance, así que ya estaba un poco armada con las herramientas mínimas para empezar: la posibilidad de facturar, la paciencia desarrollada y la piel curtida para tratar de primera mano con clientes. También tengo en la mochila la experiencia de recuperarme después de haberlo perdido todo en la vida(?), supongo que pasar por algo así te quita bastante presión. Tal vez me anime a contar algo de esto en otro post.
Así que con un pico del síndrome de impostora apretándome el pecho, ordené mis archivos, me contraté Dropbox, el plan profesional de InVision y me senté el primer día con los ojos cerrados frente a la compu conteniendo la respiración. Como esperando el impacto. Después de un rato, empecé a trabajar en el proyecto que ya tenía desde antes de renunciar. Nunca hubo impacto, sólo trabajar y trabajar. Fueron unos primeros meses de vértigo, pero a medida que pasaba el tiempo me fui dando cuenta de que ese vértigo y los fantasmas que tenía sobre conseguir trabajo o lograr trabajar bien con equipos dispares, estaban más en mi mente que en la realidad.
Por supuesto, el contexto actual para les UX/UI designers no puede ser más propicio. Estamos en un momento en que el diseño UX/UI se está consolidando como disciplina y son muchas las organizaciones que lo necesitan. Todavía la demanda es muy superior a la oferta, por lo que existe la disposición a incorporar alguien de afuera para que les ayude a pensar sus productos.
Empecé a colaborar con proyectos y al terminar esos proyectos, empecé otros y otros. Casi sin darme cuenta ya pasó un año y trabajar por mi cuenta ya se siente como un verdadero trabajo y no como una aventura. Pero este trabajo a diferencia de todos los anteriores que tuve, está sostenido 100% por los valores y ética de trabajo que fui construyendo en mis años de carrera. Tengo la libertad de decidir mi proceso de trabajo, puedo experimentar con herramientas, tomarme tiempo para aprender cosas nuevas y como un hermoso plus, mejorar el balance entre el trabajo y el resto de las cosas de mi vida. Cosas que un trabajo en relación de dependencia puede ofrecer pero difícilmente cumplir en su totalidad.
Más adelante, escribiré sobre las cosas que aprendí en este año. Pero el objetivo de esta primera reflexión es dar ánimos e inspiración a quienes están pensando en emprender una carrera freelance como UX/UI designers. Aquí y ahora el momento es ideal para mujeres, hombres y todo lo que haya en el medio, que quieran construir los mejores productos digitales. No teman tirarse a la pileta, está llena de agua.